Paco Polo – Juan Carlos Crespo, Confederación de Asociaciones Vecinales de Aragón
El pasado fin de semana decenas de representantes del movimiento vecinal español celebramos un encuentro estatal en la ciudad de Segovia. Dos fructíferos días de trabajo, reflexión y, cómo no, de resoluciones: sobre la bochornosa tarifa eléctrica y el modelo energético, la red ferroviaria de la España interior, la violencia machista o la degradación de la red de residencias de mayores.
Pero también se abordaron dos temáticas, convergentes y origen del presente artículo, como son el modelo de ciudad y el comercio de barrio.
Desde la Confederación Española de Asociaciones Vecinales (CEAV) entendimos que el comercio de proximidad deviene imprescindible para el futuro de los barrios, demandando una apuesta del modelo de ciudad consolidada, en que prime el interés general, donde los usos de suelo no se reduzcan al meramente residencial, que aboca a simples barrios dormitorio, promoviendo la multiplicidad de usos en la trama urbana y, por tanto, también el comercial.
En los vecindarios populares la mayoría de su comercio presenta una forma jurídica de persona física y el régimen de tenencia más habitual del local es en alquiler, la superficie de venta resulta inferior a 75 m2, el sistema de venta se centra en mostrador, contando con uno o dos trabajadores (incluido el titular) por negocio.
Tras la crisis económica de 2008, gran parte de c
omerciantes no han realizado inversiones y tampoco prevén invertir en el futuro próximo, disminuyendo el personal contratado. Las medidas, a corto y medio plazo, pasarán por mantener el establecimiento en circunstancias similares a las actuales, con una edad media del colectivo en barrios superior a los 45 años y un porcentaje importante con voluntad de jubilarse. La mayor parte de comercios abrieron sus puertas entre 1980-1999 y una exigua cantidad desde 2010, declarando los detallistas disminución facturación desde el inicio de la crisis, con un cierre del 20% de los negocios.
El pequeño comercio de proximidad, frente a grandes superficies periféricas, conlleva bondades medioambientales, limitando desplazamientos con fuerte carga contaminante y mayor congestión del tráfico rodado; fortalece la cohesión social y las buenas prácticas, frente a otras que enfatizan la cultura consumista; ayuda al mantenimiento de la calle como espacio público, de convivencia y seguridad; y promueve una oferta de trabajo digna y estable.
Pues bien, a la misma hora que aprobábamos por unanimidad lo ya expuesto, en Zaragoza se “informaba” de las bondades del proyecto de una nueva gran superficie a instalar junto a “la carretera de Logroño”.
Como decía la resolución de la CEAV, pese a lo expuesto, hay quien pretende impulsar a las afueras de la ciudad este tipo de equipamiento comercial, vinculado en muchos casos a la insostenible cultura del pelotazo urbanístico. Grandes superficies que acaban en manos de fondos de inversión multinacionales o en trasnacionales cadenas de distribución, carentes de implicación con el territorio, y que los comerciantes de barrio catalogan como la mayor amenaza para su supervivencia.
Parafraseando el título de una película: “Tú en Zaragoza, yo en Segovia”. El mundo al revés.
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