Movimiento vecinal y Constitución
Rafael Tejedor Bachiller, vicepresidente de la Federación de Asociaciones de Barrios de Zaragoza (FABZ), representante de las Asociaciones Vecinales en el Consejo de la Ciudad
En estas fechas, en las que se conmemora el 40º aniversario de la Constitución Española, muchas son las voces que se pronuncian sobre su necesaria reforma o actualización de la misma. Sin duda muchas cosas han sucedido en nuestra sociedad y en nuestro país que hacen necesaria la actualización de los contenidos de nuestra Carta Magna a la realidad de la sociedad actual.
Uno de los grandes ausentes en nuestra norma fundamental es el movimiento vecinal. Una situación que resulta sorprendente pensando en el escenario de 1978, donde gran parte de la movilización política, social y ciudadana giraba en torno a las Asociaciones de Vecinos, un hervidero de participación ciudadana. Sin duda, un defecto de óptica política de los parlamentarios responsables de la redacción de la Constitución. En el proceso constituyente, las entidades vecinales plantearon su legitimación en el capítulo que reconoce la representatividad de partidos políticos, consumidores, sindicatos y otras entidades, solicitando fuese incluido el asociacionismo vecinal. Uno de los partidos que más se opuso a este reconocimiento fue UCD, que incluso creó movimientos paralelos al vecinal, a través de las llamadas Unidades de Acción Ciudadana, sin duda influenciados por Rodolfo Martin Villa, ministro de la Gobernación en el momento constituyente, cortocircuitando la incipiente democracia participativa en un momento de gran actividad del movimiento vecinal.
Sin duda, estos hechos, unidos a la regulación de los entes locales en el Titulo VIII de la Constitución, donde organiza los Ayuntamientos en torno a los procesos electorales y su posterior desarrollo en la Ley de Bases del Régimen Local, minimizó la legitimación del movimiento vecinal, en su hábitat natural, los Ayuntamientos. Sin esta legitimación constituyente y legal el movimiento vecinal quedaba de lado. A esto debemos añadir que la constitución de los primeros ayuntamientos democráticos en 1979 provocó el desinfle de muchas asociaciones vecinales, que vieron cómo sus cuadros dejaban el barrio para asumir cargos políticos, de la mano de partidos de izquierdas principalmente.
Las asociaciones vecinales no solo surgen como movimiento opositor al Régimen franquista, nacen como movimientos reivindicativos, como respuesta a unas condiciones de vida en los barrios, cuya descripción, por conocida y sufrida, evito describir. Y las asociaciones vecinales también expresan otra aspiración: la necesidad de la participación ciudadana. No solo piden soluciones para los problemas de los barrios, también exigen espacio para opinar e intervenir en la elaboración y gestión de estas soluciones, y esta situación no siempre se da, ni es bien entendida o no tiene su reflejo en los reglamentos de participación ciudadana de los Ayuntamientos.
Queda poco por inventar, atrás quedaron los inventos del fuego y la rueda. Se trata de que los gestores pierdan el miedo a la participación real que ellos mismos pregonan otorgar, que los gestionados sepamos aportar con sensatez las propuestas que consideremos necesarias, y encontrar entre todos soluciones inteligentes sin romper el diálogo. La participación ciudadana no es cosa de teclados, es cosa de personas,
Sucede en muchas ocasiones, que los partidos políticos esperan del movimiento vecinal que actúe como colchón y filtro de la masa de reivindicaciones ciudadanas, piden tiempo y buenas maneras a un movimiento vecinal cansado de promesas incumplidas y encallecido en sus modales. El movimiento vecinal llevamos más de cuarenta años haciendo participación por y para los vecinos y vecinas, somos interlocutores ante nuestros munícipes y debemos tener nuestro reconocimiento en una futura reforma constitucional.
(Artículo publicado en Heraldo de Aragón 11-12-2018)
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